Biografía(s)
Damián es mi mejor amigo. Lo conozco desde que éramos pequeños. Entonces yo llenaba mis soledades infantiles de hijo único prendiéndole fuego a los juguetes que me regalaba mamá [era fascinante cómo las hormigas huían para evitar el plástico derretido sobre sus lomos]. Pero cuando Damián llegó ya nunca más estuve solo. Hacíamos todo juntos: íbamos a la escuela, jugábamos por las tardes, conversábamos tirados de panza en el césped. Fuimos creciendo, siempre juntos. Aunque hubo un tiempo, cuando ingresé a la secundaria, en el que casi no lo veía. En aquél entonces me hice de otros amigos, y Damián se distanció un poco. Luego, ya en la preparatoria, su presencia se hizo más frecuente. Sólo que ahora era se había transformado en alguien más violento: ya no le bastaba reventar mininos a base de alka seltzer. Ahora agredía personas. A mí eso no me gustaba de él. Pero era mi amigo y lo aceptaba [él siempre estuvo ahí, y yo le debía tanto]. Es muy inteligente, y siempre se había salido con la suya, hasta que se le pasó la mano con aquella señora, Esther, creo. Terminó por matarla a golpes. Nadie me cree que fue él. Dicen que Damián vive sólo en mi mente, e insisten en tenerme aquí, encerrado, atado. Ellos creen que me tomo la medicina que me dan, pero no tienen idea. Ups, creo que logré zafarme un poco. Sí, mi mano está libre. Que bueno, porque ahí viene la lindísima enfermera con esas ricas pastillitas azules. Se parece tanto a mamá. Le sonreímos.
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