Apiensos

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martes, julio 27, 2004

La pareja ideal

Al ocaso de la adolescencia, la vibración biológica de la especie y las exigencias sociales provocan que el ser humano se avoque a escoger una pareja para sobrellevar su existencia. No es fácil atravesar este proceso. Primero se pondera la belleza física, luego, el carácter.
En nuestra sociedad se aprecia más la base material. Vistes bien, tienes carro, usas celular, vives en buena colonia, viajas seguido, vas a la universidad, etcétera. Si cumples con lo anterior es señal de que vas por el buen camino social.
El principio material tiene aires clasistas, son los parámetros impuestos por el capitalismo, por las empresas del consumo, por los gendarmes de la moral actual.
La pantomima se monta bajo una estructura que cubre las impurezas de una sociedad desigual. Bueno, es cuestión de enfoques. Desgraciadamente, la cultura se nutre de estos inconvenientes. Se piensa que es lo mejor. Que el dinero hace “progresar” a la pareja; que si la pachocha no es indispensable en el amor, al menos ayuda a encarrilar la relación. La división de clases apoya la visión de la “pareja del billete”.
Los de abajo tratan de escalar entre los medios, los medios miran ansiosamente a los de arriba, los de arriba se comen entre ellos por acceder a la oligarquía. Este relajo empantana y oscurece las intenciones amatorias, de soledad y de necesidad social, de los que buscan verdaderamente una pareja sincera y sin intereses monetarios. Aunque, viéndolo mejor, también cabe la posibilidad de encontrar a materialistas con lazos sinceros; pero en general, estos individuos son muy pocos. La búsqueda es con lupa, no hay muchas opciones.
Entras a la jungla de la selección y nunca acabas, la vida se puede consumir en este derrotero, lo poco que se logra es escoger una pareja que te hace sentir bien, al menos unos momentos.
Es una falacia encontrar un amor puro o un puro amor. Los ideales producto de las metas sociales, de los románticos y hasta de los falsos profetas del mercantilismo, permiten la esperanza, una esperanza que sucumbe ante la cruda realidad. Lo poco calma los límites de grandeza amatoria, los hijos comprometen la apariencia y la encadenan hasta la eternidad. El maquillaje opaca la felicidad de pareja.
Puedo admitir que esa limosna de querencia es suficiente para las conciencias moderadas, pero no puedo aceptar que magnifiquen su estado amatorio como lo ideal. El beneficio de la duda se extiende, pero no se expande para todos.
Hay la condición de una pareja enraizada por un enamoramiento, un equilibrio de necesidades materiales y sociales, un vacío que en ocasiones termina en un colapso existencial; es decir, la pareja deja el mundo por una creencia momentánea de que el amor obtuvo la victoria contra la incomprensión de la sociedad. La muerte salva al amor.
Los que experimentan las delicias por tiempos, incluso por tiempos que nunca volverán, mueren con la certidumbre equivocada de haber encontrado el amor. Otros se glorifican de sentir momentos esporádicos de ilusiones. Piden vivir al menos un instante para justificar su paso planetario. La maravilla de reír, de sentir la felicidad, esconde las heridas reales de la pareja.
El aparato social se sostiene sólidamente por los incrédulos que sueñan con los romeos y las julietas, los panchos y las lupes, los Pitt y las Aniston, el gordo y el flaco, y todas las demás parejas ficticias que inventan para calmar los ímpetus de los egoístas. Sin embargo, el mismo contorno social alimenta las exigencias de los egoístas, quienes con gran poder inventivo construyen y destruyen tipos ideales de pareja. Se produce una diversidad que no conduce a nada claro, sólo apreciaciones individuales que asusta a los escépticos.
El choque entre los egoístas y los escépticos ocasiona confusiones que se disipan por la cultura absorbida y modificada por los pretendidos dueños de la sociedad: la felicidad de las parejas, de los esposos y de los enamorados es comprar y más comprar. El aliento de los amorosos se mantiene por el esfuerzo de los que creen en la luna, en los que luchan por la lluvia dadora de vida. Pero, el pero sigue, hasta estos románticos no se salvan de la falsedad social. La pareja ideal es un mero producto social con enormes fallas.
¿Por qué me interesa la pareja ideal? ¿Por qué critico a los soñadores falsos? A que mundo tan disparejo y tan complejo, ni modo, hay que vivir.
Al menos, los ilusos morirán contentos...

Desde el horizonte esperanzador, el Ruidohablador.

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