El matriaterio regiomontano
El matriatero regiomontano es un caso interesante y con hartas características. Primero, hay que determinar que estamos hablando de un matriatero que se ufana de su glorioso pasado colonial. Diego de Montemayor es su estandarte principal, aunque él no haya sido el conquistador original. Con base en un esfuerzo identificado por la carne asada, el mitote y alguno que otro descarnado por el inclemente sol, el matriatero regiomontano surca la línea del tiempo para reafirmar su insistente labor de constructor del espacio urbano, de su constante lucha por sobrevivir en medio de altas temperaturas y de muchos animales ponzoñosos. Aunque, la matria fue olvida por el virreinato, el matriatero busca darle valor a lo hecho por sus antepasados. Pregona el nacimiento de una cultura de esfuerzo, de franqueza, de trabajo, en pocas palabras de enjundia en todo, para singularizar el lugar de origen. Cuentan entre sus argumentos coloniales, la abundante gastronomía consistente en pan mezclado entre tlaxcaltecas, españoles y mestizos; ricos dulces de leche producto del ganado vacuno y caprino; carne seca que deriva en la machaca tan afamada; el cabrito a las brasas que encanta preferentemente a los turistas; y tantos otros derivados matriarcarles que sería complicado de enumerar porque a ciencia cierta se diseminan entre los abundantes hogares regios nutridos de muy diversos platillos provenientes de muchas partes, tanto del ámbito nativil-local, como de España y Nueva España y sus alrededores.
Los matriateros regiomontanos están muy orgullosos del legado colonial. Aunque, de donde sacan más repertorio es del siglo XIX, centuria que dejó una huella muy honda entre los matriateros. Por un lado, por fin recibieron atención del centro del país al nacer la patria mexicana; y por el otro lado, expandieron su influencia a otros lares de la joven república. Es en este siglo, que por azares del proceso de integración nacional y regional (incluyendo los mismos avatares del vecino de las barras y las estrellas), la matria se erige como la esplendorosa y magnífica ciudad industrial. El proceso de industrialización alargado hasta el siglo XX, traerá consigo nuevos motivos de exaltación por parte del matriatero. A partir de ese momento se sentirá realizado por las grandes chimeneas, por las extensas factorias, por el vertiginoso cambio urbano. Contagiado por la predica empresarial de que lo característico del espacio es la calidez de sus habitantes y su don del trabajo, el matriatero se vanagloriará de su alto grado de especialización laboral, de su lealtad, de su competitividad, de su esfuerzo para el bien de la matria y de la patria.
Al juntar estas virtudes fruto de la fábrica y los valores emanados de la colonia, se traduce al matriatero actual. Aquél que siente hasta el tuétano el desierto y el humo, que suspira por su símbolo natural más expresivo de la matria: el Cerro de la Silla. No podía faltar su gusto musical, su redova, el acordeón, su chotis, su zapateado, sus cumbias innovadoras. Todo lo anterior, al ritmo de la carne asada y de una cerveza de la casa (Tecate o Carta Blanca). Por si fuera poco, el matriatero regiomontano tiene como pasatiempo importante el fútbol, los tigres y los rayados son prueba del desenfreno matriarcal salpicado de una alta dosis de capitalismo. Son memorables los clásicos entre estos dos equipos, el equipo ganador se lleva la gloria y los aplausos de los matriateros por un lapso de varios meses hasta que llegue la nueva revancha deportiva; los perdedores se sienten humillados y con los ojos llorosos por la caída de su escuadra.
El matriatero regiomontano siente la piel de gallina cuando tiene que dejar su terruño por estudios o negocios. Si sale dentro de la patria, tiende a resaltar la matria en todo momento, enumera los rasgos de forma disparatada y, en casos extremos, grita y golpea a los enemigos de su matria. Cuando sale al exterior, no se cansa de nombrar las bondades que tiene en su lugar de origen, el glorioso pasado de su matria, su industria, el desarrollo urbano, sus alimentos, hasta algunos despistados (sobre todo si son sus papás) enaltecen a los empresarios por su visión y liderazgo. La patria también es importante, pero nunca como su adorada matria. Sienten a la selección mexicana de fútbol, más no se desgarran como sí lo hacen con los tigres o con los rayados. Para ellos, la cerveza regiomontana es la mejor, al igual que su comida y sus excelentes costumbres.
Con voz fuerte (y no golpeada) habla directo y sin rodeos. Su matria lo enamora y lo proyecta hacia el futuro. El matriatero cabalga enjundioso en busca sus sueños, se siente protegido y triunfador, y con el ritmo de su himno (... tengo orgullo de ser del mero San Luisito porque de ahí es Monterrey) encara la existencia.
Cualquier parecido con la realidad del autor es mera coincidencia... El Ruidohablador a 11 de agosto de 2004.
Los matriateros regiomontanos están muy orgullosos del legado colonial. Aunque, de donde sacan más repertorio es del siglo XIX, centuria que dejó una huella muy honda entre los matriateros. Por un lado, por fin recibieron atención del centro del país al nacer la patria mexicana; y por el otro lado, expandieron su influencia a otros lares de la joven república. Es en este siglo, que por azares del proceso de integración nacional y regional (incluyendo los mismos avatares del vecino de las barras y las estrellas), la matria se erige como la esplendorosa y magnífica ciudad industrial. El proceso de industrialización alargado hasta el siglo XX, traerá consigo nuevos motivos de exaltación por parte del matriatero. A partir de ese momento se sentirá realizado por las grandes chimeneas, por las extensas factorias, por el vertiginoso cambio urbano. Contagiado por la predica empresarial de que lo característico del espacio es la calidez de sus habitantes y su don del trabajo, el matriatero se vanagloriará de su alto grado de especialización laboral, de su lealtad, de su competitividad, de su esfuerzo para el bien de la matria y de la patria.
Al juntar estas virtudes fruto de la fábrica y los valores emanados de la colonia, se traduce al matriatero actual. Aquél que siente hasta el tuétano el desierto y el humo, que suspira por su símbolo natural más expresivo de la matria: el Cerro de la Silla. No podía faltar su gusto musical, su redova, el acordeón, su chotis, su zapateado, sus cumbias innovadoras. Todo lo anterior, al ritmo de la carne asada y de una cerveza de la casa (Tecate o Carta Blanca). Por si fuera poco, el matriatero regiomontano tiene como pasatiempo importante el fútbol, los tigres y los rayados son prueba del desenfreno matriarcal salpicado de una alta dosis de capitalismo. Son memorables los clásicos entre estos dos equipos, el equipo ganador se lleva la gloria y los aplausos de los matriateros por un lapso de varios meses hasta que llegue la nueva revancha deportiva; los perdedores se sienten humillados y con los ojos llorosos por la caída de su escuadra.
El matriatero regiomontano siente la piel de gallina cuando tiene que dejar su terruño por estudios o negocios. Si sale dentro de la patria, tiende a resaltar la matria en todo momento, enumera los rasgos de forma disparatada y, en casos extremos, grita y golpea a los enemigos de su matria. Cuando sale al exterior, no se cansa de nombrar las bondades que tiene en su lugar de origen, el glorioso pasado de su matria, su industria, el desarrollo urbano, sus alimentos, hasta algunos despistados (sobre todo si son sus papás) enaltecen a los empresarios por su visión y liderazgo. La patria también es importante, pero nunca como su adorada matria. Sienten a la selección mexicana de fútbol, más no se desgarran como sí lo hacen con los tigres o con los rayados. Para ellos, la cerveza regiomontana es la mejor, al igual que su comida y sus excelentes costumbres.
Con voz fuerte (y no golpeada) habla directo y sin rodeos. Su matria lo enamora y lo proyecta hacia el futuro. El matriatero cabalga enjundioso en busca sus sueños, se siente protegido y triunfador, y con el ritmo de su himno (... tengo orgullo de ser del mero San Luisito porque de ahí es Monterrey) encara la existencia.
Cualquier parecido con la realidad del autor es mera coincidencia... El Ruidohablador a 11 de agosto de 2004.
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