El matriatero (parte I)
El matriatero es aquella persona que tiene un gran amor a su terruño a la usanza de Luis González y González. Aquél que desde sus adentros promulga una gran querencia a su cuna, al lugar de origen, al asiento de su áspera existencia.
Conocedor del espacio donde ha ejercido su cotidianidad, enaltece al barrio, la comida, la vestimenta, la forma de hablar, los modales, los gustos, sus usos de supervivencia manifestados por su apego religioso, su equipo de fútbol favorito.
Cuando viaja, solloza enormemente la necesidad de su matria. Los recuerdos le llueven al por mayor. Se acuerda de los platillos que le preparaba su madre, de los viejitos de la plaza, de los chistes de la tía chole, de los días de campo, de corretear a la lagartija, de espiar a las muchachas en el río, de contar historias macabras en las nocturnas sombras del panteón. En fin, cuando cruza la línea divisoria de su pueblo y otros lares, se desploma, le sale lo matriatero promulgando el dicho: como mi matria no hay dos. Y no se diga cuando traspasa las fronteras de la patria, se siente pavorreal matriatero, es patriota, pero más matriatero. Siente más el espacio donde nació, donde dio sus primeros pasos, donde jugó todas las tardes, donde se descalabró escalando una barda de adobe, donde aprendió las artes amatorias, donde cursó la enseñanza elemental de la vida. Pregona su color nacional, llora por la añoranza de sus connacionales, por su bandera, por su himno; pero le puede más su familia y su pueblo.
El matriatero ama las tradiciones emanadas de su terruño, la modernidad y la globalización le viene guango. Aspira a que prospere la gente, pero conservando el preciado tesoro que le heredaron sus parientes, es decir, sus costumbres. A veces, siente que éstas últimas desaparecen al paso del tiempo, pero se aferra desesperadamente por conservarlas. Cuando no puede hacerlo, se resigna anhelando el pasado.
Cobijado por la matria, vaga los rumbos haciendo camino y conquistando veredas. Cuando alguien osa maldecir al terruño, saca las uñas y lo defiende con ahínco y fuerzas del más allá.
Para finalizar el breve recorrido del matriatero inicial, sólo resta decir que todos lo llevamos dentro. Incluso, los portavoces de la modernidad, quienes abanderando una causa de avanzada y de alta tecnología, suspiran por el remedio casero de sus familiares en momentos de angustia interna, de las ocurrencias de sus abuelitos, del panecillo en las tardes con leche coloreada por el chocolate, del masaje cura todo de las sobanderas, en fin, lo matriatero nunca muere.
Aquél que no se considere un matriatero es un m...
Desde el palomar de los silencios 2, el Ruidohablador. 3 de agosto de 2004.
Conocedor del espacio donde ha ejercido su cotidianidad, enaltece al barrio, la comida, la vestimenta, la forma de hablar, los modales, los gustos, sus usos de supervivencia manifestados por su apego religioso, su equipo de fútbol favorito.
Cuando viaja, solloza enormemente la necesidad de su matria. Los recuerdos le llueven al por mayor. Se acuerda de los platillos que le preparaba su madre, de los viejitos de la plaza, de los chistes de la tía chole, de los días de campo, de corretear a la lagartija, de espiar a las muchachas en el río, de contar historias macabras en las nocturnas sombras del panteón. En fin, cuando cruza la línea divisoria de su pueblo y otros lares, se desploma, le sale lo matriatero promulgando el dicho: como mi matria no hay dos. Y no se diga cuando traspasa las fronteras de la patria, se siente pavorreal matriatero, es patriota, pero más matriatero. Siente más el espacio donde nació, donde dio sus primeros pasos, donde jugó todas las tardes, donde se descalabró escalando una barda de adobe, donde aprendió las artes amatorias, donde cursó la enseñanza elemental de la vida. Pregona su color nacional, llora por la añoranza de sus connacionales, por su bandera, por su himno; pero le puede más su familia y su pueblo.
El matriatero ama las tradiciones emanadas de su terruño, la modernidad y la globalización le viene guango. Aspira a que prospere la gente, pero conservando el preciado tesoro que le heredaron sus parientes, es decir, sus costumbres. A veces, siente que éstas últimas desaparecen al paso del tiempo, pero se aferra desesperadamente por conservarlas. Cuando no puede hacerlo, se resigna anhelando el pasado.
Cobijado por la matria, vaga los rumbos haciendo camino y conquistando veredas. Cuando alguien osa maldecir al terruño, saca las uñas y lo defiende con ahínco y fuerzas del más allá.
Para finalizar el breve recorrido del matriatero inicial, sólo resta decir que todos lo llevamos dentro. Incluso, los portavoces de la modernidad, quienes abanderando una causa de avanzada y de alta tecnología, suspiran por el remedio casero de sus familiares en momentos de angustia interna, de las ocurrencias de sus abuelitos, del panecillo en las tardes con leche coloreada por el chocolate, del masaje cura todo de las sobanderas, en fin, lo matriatero nunca muere.
Aquél que no se considere un matriatero es un m...
Desde el palomar de los silencios 2, el Ruidohablador. 3 de agosto de 2004.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home