Apiensos

Espacio para el debate de ideas y otros contubernios

martes, abril 27, 2004

Rosario:

Yo no creo que hayas mandado a René a que Robles. Más bien, él te quiere Bejarano. Yo que tú lo enviaba derechito a la Berlanga...

viernes, abril 23, 2004

Cuando el destino (manifiesto) nos alcance



Lo acepto: me gustan las películas de corte hollywoodense, sobre todo las que en apariencia son más superficiales. Ello no sólo por mi (mal) gusto por los efectos especiales y los diálogos abigarradamente predecibles. Además, creo que el cine puede verse, junto con el resto de los medios masivos de comunicación, como un registro del campo en el que se estructuran lo público y lo privado, es decir, como una intrincada vía a ciertos mapas cognitivos desde los cuales se definen [y redefinen] los escenarios socioculturales y los sentidos [individuales y sociales] de diversas colectividades. Además, si uno va al cine con un espíritu un poquito perverso puede, incluso, encontrar sorprendentes líneas de continuidad con diversos contextos, casi como configurando un sustrato de intertextualidad que flota en la oscuridad de las salas. Esto le daría al análisis una profundidad histórica extraordinaria —dijeran en los círculos del saber institucionalizado— (qué lenguaje, qué impudor).

Por ejemplo, circa 1632, Henry de Rohan, un francés nada tonto, que primero fue «jerarca» hugonote y luego consejero de Richelieu, analizaba la pugna entre España y Francia por el control de los principados de Italia.Con base en esto, el mencionado autor señalaba —palabras más, palabras menos— que España se regía por cinco grandes máximas, casi a manera de oráculos, los cuales ponían de relieve los verdaderos intereses de nuestra querida madrastra: 1. La religión como elemento di-na-mi-za-dor (buajá) que hace emprender todas las cosas a todos los pueblos; 2. Para velar por estas cosas, es preciso acudir a las inteligencias (en el sentido de la CIA y el Mossad) necesarias en todos los demás Estados; 3. Para estos menesteres, es preciso utilizar personas secretas y pacientes, mostrando siempre un deseo de paz para distraer a los demás, y mientras, prepararse para la guerra con el fin de sorprenderlos de improviso; 4. Lo anterior requiere estar, siempre, decorosamente armados y; 5. Además de todo ello, para conservar la reputación se requiere infundir miedo en los adversarios. Recordemos que en el periodo analizado por Rohan, España iba a la cabeza de Europa, y sus pretensiones expansionistas resultaban claras. Obviando las evidentes distancias, y mirando por el lado chiquito del telescopio, no resulta difícil tender un puente entre lo planteado por Rohan y las recientes tendencias neoconservadoras que están ocupando cada vez más una posición dominante y estratégica en la conducción de los destinos de la extranjia yanqui. De ello se deriva otra arista que alcanza a tocar al proyecto del Destino Manifiesto, tal como era expresado, a principios del siglo XIX, en la revista Democratic Review, por John O´Sullivan: la misión de América consistía en "…expandirse por todo el continente que nos ha sido asignado por la Divina Providencia para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno" (sustituyamos continente por mundo, y ¡Voila!). En cierta manera, vemos condensadas en estas frases las observaciones que hacía Rohan acerca de las pretensiones y dinámicas del expansionismo español.

Esto me permite dar el siguiente gran salto y vincular los siglos XVII y XIX con las películas hollywoodenses de hoy. Esta vertiente analítica es retomada por Zizek, en un ensayo titulado —con la clara intención de incitar a algo—: Welcome to the Desert of the Real. El objetivo de Zizek consiste en diseccionar las fantasías que constituyen el imaginario colectivo de buena parte de cierto tipo de estadounidenses. Para ello, este autor parte de una retorcida perspectiva psicoanalítica de corte lacaniano para decir que este fantaseo ha tenido (hasta el 9/11) como nudo problemático una relación sadomasoquista con el terror: desde Godzilla hasta Alien, pasando por La Guerra de las Galaxias, o La Guerra de los Mundos, lo que mueve al goce [gringo] es la reificación cinematográfica del Uno como objeto de placer [perverso] del Otro. El Uno experimenta la sublimación placentera mirando de reojo, cómo el Otro goza poseyéndolo, convirtiéndolo en objeto de su goce perverso. Así, si el terror está en la pantalla de plata, es que no esta aquí, por lo tanto estamos seguros. Ese es, en lo básico, el goce que se deriva del acoso que producen las fantasías. Pero dicho goce termina cuando la fantasía deja de serlo: si se produce una ruptura, si el fantaseo se desplaza al horizonte de realidad, si se nos caen encima las torres del WTC, el terror se hace concreto, salta de la pantalla a las butacas, y se prende de la yugular de la zoociedad gabacha.
Bienvenido al desierto de lo Real —le dice Morpheus a Neo cuando le muestra el paisaje árido en el que se ha convertido el mundo—; bienvenidos al desierto de lo real, le dice Zizek a la sociedad norteamericana.

Fin del goce. No queda otra salida que hacer una recopilación de cortometrajes con pretensión de diversidad de puntos de vista y cero censura. Titulémoslo 09'11''01, permitamos que Seann Penn dirija uno de los cortos, que Ken Loach nos reclame por el 11 de septiembre chileno, y pongámonos, de nuevo, a fantasear. Me parece que, entre otros elementos, lo anterior es un abrevadero para la tendencia neoconservadora que se posiciona con fuerza en la política [interior y exterior] estadunidense. Si se revisa el Statement of Principles esbozados en el Proyecto del American New Century, los escalofríos son inevitables. Para hacer más dramático el asunto, cito in extenso dicho documento (chequee usted quiénes son los firmantes):



June 3, 1997

American foreign and defense policy is adrift. Conservatives have criticized the incoherent policies of the Clinton Administration. They have also resisted isolationist impulses from within their own ranks. But conservatives have not confidently advanced a strategic vision of America's role in the world. They have not set forth guiding principles for American foreign policy. They have allowed differences over tactics to obscure potential agreement on strategic objectives. And they have not fought for a defense budget that would maintain American security and advance American interests in the new century.
We aim to change this. We aim to make the case and rally support for American global leadership.

As the 20th century draws to a close, the United States stands as the world's preeminent power. Having led the West to victory in the Cold War, America faces an opportunity and a challenge: Does the United States have the vision to build upon the achievements of past decades? Does the United States have the resolve to shape a new century favorable to American principles and interests?

We are in danger of squandering the opportunity and failing the challenge. We are living off the capital -- both the military investments and the foreign policy achievements -- built up by past administrations. Cuts in foreign affairs and defense spending, inattention to the tools of statecraft, and inconstant leadership are making it increasingly difficult to sustain American influence around the world. And the promise of short-term commercial benefits threatens to override strategic considerations. As a consequence, we are jeopardizing the nation's ability to meet present threats and to deal with potentially greater challenges that lie ahead.

We seem to have forgotten the essential elements of the Reagan Administration's success: a military that is strong and ready to meet both present and future challenges; a foreign policy that boldly and purposefully promotes American principles abroad; and national leadership that accepts the United States' global responsibilities.

Of course, the United States must be prudent in how it exercises its power. But we cannot safely avoid the responsibilities of global leadership or the costs that are associated with its exercise. America has a vital role in maintaining peace and security in Europe, Asia, and the Middle East. If we shirk our responsibilities, we invite challenges to our fundamental interests. The history of the 20th century should have taught us that it is important to shape circumstances before crises emerge, and to meet threats before they become dire. The history of this century should have taught us to embrace the cause of American leadership.

Our aim is to remind Americans of these lessons and to draw their consequences for today. Here are four consequences:

• we need to increase defense spending significantly if we are to carry out our global
responsibilities today and modernize our armed forces for the future;
• we need to strengthen our ties to democratic allies and to challenge regimes hostile to our interests and values;
• we need to promote the cause of political and economic freedom abroad;
• we need to accept responsibility for America's unique role in preserving and extending an international order friendly to our security, our prosperity, and our principles.

Such a Reaganite policy of military strength and moral clarity may not be fashionable today. But it is necessary if the United States is to build on the successes of this past century and to ensure our security and our greatness in the next.

Elliott Abrams Gary Bauer William J. Bennett Jeb Bush

Dick Cheney Eliot A. Cohen Midge Decter Paula Dobriansky Steve Forbes

Aaron Friedberg Francis Fukuyama Frank Gaffney Fred C. Ikle

Donald Kagan Zalmay Khalilzad I. Lewis Libby Norman Podhoretz

Dan Quayle Peter W. Rodman Stephen P. Rosen Henry S. Rowen

Donald Rumsfeld Vin Weber George Weigel Paul Wolfowitz



No pretendo que esto sea un análsis del neoconservadurismo (la verdad, me da harta güeva). Eso se lo dejo a los que saben (i. e. Rieff en un número reciente de Letras Libres). Más bien, a la luz de lo ya expuesto, [y más que nada, desde la levedad de mi subjetividad] cabe preguntarse en torno de qué aspectos se fantasea ahora en el imaginario que nos construyen en [y desde] Hollywood. Al respecto, comento que el otro día vi la película Cold Creek Manor, a la cual, por cierto, le tradujeron con el apelativo de La garganta del diablo. La trama es bastante simple: una neoyorquina y feliz pareja, exitosa y con dos hijitos güeritos y preciosos, deciden marcharse de la gran ciudad, hartos de la falsa sociedad. El padre es cineasta, y la madre una importante ejecutiva de una big corporation. Los hijos son normales, buenos críos, sin ninguna desviación ni nada por el estilo. Después de haber visto varias casas on the country side, ellos se deciden por una mansión estilo victoriana, un tanto maltrecha, pero con piscina, 500 hectáreas y bastantes posibilidades. Luego de comenzar las reparaciones en la casa, poco a poco ésta va tomando una forma más estilizada y elegante. Todo parece tranquilo: día con día la familia se va encontrando con los recuerdos de los antiguos habitantes: ropa, fotos, diarios, etc. Hasta que aparece Dale, el hijo del anterior dueño de la mansión. El banco se la embargó debido a que estuvo preso por haberse involucrado en un accidente. Debido a ello no pudo pagar la hipoteca. Para variar, resulta que Dale es un sicótico que había asesinado a su esposa y a sus dos hijos, y los había ocultado en un pozo profundo, al que, convenientemente, le había llamado: la garganta del diablo. Para no hacer el cuento largo, Cooper y Dale pelean a muerte, y aquél, junto a su amada y casi infiel esposa, salen victoriosos.
Como decía, la trama presenta la clásica lucha entre el bien y el mal (apolíeno-dionisiaca), en donde el primero logra triunfar por sobre todas las cosas y ante cualquier óbice. Pero también, como en casi todas las (malas) películas gringas, hay una especie de línea contrapuntual, que permite hacer una lectura un tanto más "perversa" que nos acerca al fantaseo gabacho. Desde esta óptica, ¿qué tal si problematizamos sobre una recepción anti/yanqui de la misma película? Lo que se obtiene bajo dicha perspectiva es un intento más de legitimar —desde la construcción de un imaginario de corte neoconservador (vid supra)[desde el fantaseo más impúdico] el destino manifiesto que Bush y compañía pretenden afianzar. Veamos. Primero, tenemos ante nosotros a la típica familia norteamericana que decide buscar una vida tranquila, siendo buenos ciudadanos y aportando a la comunidad. Compran una linda casa que por azares del destino [o del mercado] le fue expropiada a un desequilibrado mental asesino [el colmo hubiera sido que el personaje tuviese rasgos latinos o musulmanes, pero no fue así]. Éste violenta la paz del sagrado hogar americano, les pone serpientes en sus camas, degüella sus ponis, los acosa, les infunde temor: lleva el terror hasta la propia casa de la inocente y ejemplar familia gringa. ¿Qué puede hacerse ante tal situación? Eliminar la amenaza, convertir al extraño en polvo, sin importar lo que cueste ni el riesgo que conlleve. De este modo, aquél padre y aquella madre de familia, por naturaleza pacifistas y tranquilos, logran erradicar el mal, se deshacen del terror, traen la seguridad, de nuevo, a su hogar, dulce hogar… Claro, por medio del asesinato, de la injuria, de unas manos manchadas de sangre y podredumbre (¿alguien dijo Afganistán-Irak?. La última escena de la película muestra a Cooper mientras observa cómo se llevan el cadáver de Dale. En su rostro no hay expresión de culpabilidad o enojo. Casi puede evocarse a Franklin diciendo: "los ideales de nuestra nación son los ideales de la humanidad". Todo parece normal: es un día más en Norteamérica, donde los hombres son buenos y las mujeres están ídem. Homo homini lupus. El destino (manifiesto) va justo detrás nuestro. No hay más que decir. The End (I hope not)…

domingo, abril 11, 2004

No cabe duda: no somos más que micos con pretensiones intelectivas

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