Sobre la Marcha
Sin precedentes, me parece, la «Marcha del Silencio» realizada el domingo pasado: más de medio millón de personas, en distintas ciudades del país, salieron a manifestarse contra el gravísimo problema de la inseguridad que tiene de rehén a nuestro país [por el momento no quiero decir nada acerca de lo que indica, en términos de cultura política, un contingente de 250 mil en el DF, y 10 mil en Tijuana, comparado con los poco más de seiscientos tapatíos y tapatías que desfilaron por céntricas calles de nuestra bella y húmeda ciudad]. Creo que sólo la selección mexicana pasando a semifinales en un mundial tendría un carácter tan universal y vinculante. En este sentido, se pone de relieve la incuestionable legitimidad de los motivos que dieron origen a una movilización de tal magnitud. Sin embargo, considero necesario hacer un par de matices con respecto a la polarización de opiniones que ello ha ocasionado.
En primer lugar, resulta difícil creer la teoría de la «mano negra». Aclaro que me considero una persona más de izquierdas, y mis simpatías electorales tienden hacia ese lado. Sin embargo, la lectura descalificadora que hace López Obrador con respecto a la marcha refleja la paranoia y la cerrazón propias de una izquierda anquilosada incapaz de modificar sus esquemas y discursos. Quizá sea cierto que el contingente que desfiló el domingo no sea el más plural ni el más diverso o representativo de la población mexicana. Pero ello no le resta legitimidad ni a la movilización en sí, ni a las motivaciones que la sustentan. ¿Acaso porque el contingente estaba compuesto más por profesionistas y gente de clase media y menos por campesinos con machete y obreros con overol, una marcha se torna en un evento «manipulado y amarillista»? No lo creo. Considero casi imposible que la «mara salva yunque» —Monsiváis dixit— tenga un poder de convocatoria así de fuerte. "Sigo pensando que hubo mano negra o mano blanca, no lo sé" —insiste en afirmar AMLO—. En fin, la imagen de un Maquiavelo de ultraderecha aconsejando a la sociedad civil mexicana resulta un tanto ingenua hasta para un neófito como yo, que de política sabe lo mismo que de esloveno.
En segundo lugar está el otro extremo: el de quienes plantean que la Marcha del Silencio representa un avance democrático para nuestro país. Eso es una de las peores sandeces que he escuchado en los últimos días (y vaya que he escuchado muchas). Una movilización social de una magnitud como la que tuvimos oportunidad de presenciar este domingo representa precisamente lo contrario: una situación crítica de la relación entre gobierno y gobernados. Un avance democrático sería la creación de espacios de deliberación en los que las voces demandantes del ciudadano X o promedio fueran escuchadas. Un avance democrático radicaría en que se abrieran los canales de participación ciudadana en ejercicios que trasciendan a la mera coyuntura electoral—electorera. Un avance democrático sería el análisis concienzudo de las reformas integrales necesarias para el país. Un avance democrático estaría reflejado en un sistema parlamentario que de verdad se ponga a trabajar. Un avance democrático implicaría una mejor y más eficiente institucionalidad (menos burocracia y más gobierno). En fin, no seamos ingenuos: que no nos vendan la baratísima idea de que la marcha es un avance democrático porque representa más bien lo contrario. La Marcha constituye un Ya Basta enérgico de parte de un sector de la ciudadanía, y nada más. Que los gobernantes le den gracias a Aristóteles, a Platón, o a dios de que la marcha no tuvo expresiones violentas, que si no.
Finalmente, hay que interrogarse sobre lo que va a suceder el día después de la marcha. Hay que recordar que la gran apuesta de la política es a la memoria cortoplacista de la sociedad. Al fin y al cabo, terminando el sexenio todo se olvida. Desde nuestro querido presidente y hacia abajo en la autocracia gubernamental, todos (salvo AMLO y unos cuantos) han adoptado una actitud muy similar a la de Mafalda cuando hacía sus típicos llamamientos al desarme y a la paz mundial: igualito que la UN y el Papa, ella quedaba bien. Quiero decir con ello que desde la política se ve bien la congratulación con respecto a la participación, como lo hizo Vicente Fox, quien afirmó que "es urgente acabar con la inseguridad y que las leyes castiguen efectivamente a los delincuentes". Ja. ¿De verdad? Parafraseando a uno de mis idolitos (S. Zizek), creo, en última instancia, que la sociedad civil no debe ceder: más bien, debe preservar las huellas de todos los «traumas, sueños y catástrofes históricas» de los cuales el pensamiento dominante del «fin de la historia» quisiera deshacerse. Así, más que encerrarse en un «enamoramiento nostálgico del pasado», podríamos decir que la democracia constituye una vía posible para tomar distancia sobre el presente, una distancia que nos permita comprender los «signos de lo Nuevo» —Zizek dixit—. La potencia de la idea de una democracia deliberativa radica en que abren un espacio para la auto–reflexión y la crítica sistemática y fundamentada. Ello, creemos, incidiría en el urgente re–planteamiento de la relación entre Estado y Sociedad. Sociedad así, con mayúscula.
En primer lugar, resulta difícil creer la teoría de la «mano negra». Aclaro que me considero una persona más de izquierdas, y mis simpatías electorales tienden hacia ese lado. Sin embargo, la lectura descalificadora que hace López Obrador con respecto a la marcha refleja la paranoia y la cerrazón propias de una izquierda anquilosada incapaz de modificar sus esquemas y discursos. Quizá sea cierto que el contingente que desfiló el domingo no sea el más plural ni el más diverso o representativo de la población mexicana. Pero ello no le resta legitimidad ni a la movilización en sí, ni a las motivaciones que la sustentan. ¿Acaso porque el contingente estaba compuesto más por profesionistas y gente de clase media y menos por campesinos con machete y obreros con overol, una marcha se torna en un evento «manipulado y amarillista»? No lo creo. Considero casi imposible que la «mara salva yunque» —Monsiváis dixit— tenga un poder de convocatoria así de fuerte. "Sigo pensando que hubo mano negra o mano blanca, no lo sé" —insiste en afirmar AMLO—. En fin, la imagen de un Maquiavelo de ultraderecha aconsejando a la sociedad civil mexicana resulta un tanto ingenua hasta para un neófito como yo, que de política sabe lo mismo que de esloveno.
En segundo lugar está el otro extremo: el de quienes plantean que la Marcha del Silencio representa un avance democrático para nuestro país. Eso es una de las peores sandeces que he escuchado en los últimos días (y vaya que he escuchado muchas). Una movilización social de una magnitud como la que tuvimos oportunidad de presenciar este domingo representa precisamente lo contrario: una situación crítica de la relación entre gobierno y gobernados. Un avance democrático sería la creación de espacios de deliberación en los que las voces demandantes del ciudadano X o promedio fueran escuchadas. Un avance democrático radicaría en que se abrieran los canales de participación ciudadana en ejercicios que trasciendan a la mera coyuntura electoral—electorera. Un avance democrático sería el análisis concienzudo de las reformas integrales necesarias para el país. Un avance democrático estaría reflejado en un sistema parlamentario que de verdad se ponga a trabajar. Un avance democrático implicaría una mejor y más eficiente institucionalidad (menos burocracia y más gobierno). En fin, no seamos ingenuos: que no nos vendan la baratísima idea de que la marcha es un avance democrático porque representa más bien lo contrario. La Marcha constituye un Ya Basta enérgico de parte de un sector de la ciudadanía, y nada más. Que los gobernantes le den gracias a Aristóteles, a Platón, o a dios de que la marcha no tuvo expresiones violentas, que si no.
Finalmente, hay que interrogarse sobre lo que va a suceder el día después de la marcha. Hay que recordar que la gran apuesta de la política es a la memoria cortoplacista de la sociedad. Al fin y al cabo, terminando el sexenio todo se olvida. Desde nuestro querido presidente y hacia abajo en la autocracia gubernamental, todos (salvo AMLO y unos cuantos) han adoptado una actitud muy similar a la de Mafalda cuando hacía sus típicos llamamientos al desarme y a la paz mundial: igualito que la UN y el Papa, ella quedaba bien. Quiero decir con ello que desde la política se ve bien la congratulación con respecto a la participación, como lo hizo Vicente Fox, quien afirmó que "es urgente acabar con la inseguridad y que las leyes castiguen efectivamente a los delincuentes". Ja. ¿De verdad? Parafraseando a uno de mis idolitos (S. Zizek), creo, en última instancia, que la sociedad civil no debe ceder: más bien, debe preservar las huellas de todos los «traumas, sueños y catástrofes históricas» de los cuales el pensamiento dominante del «fin de la historia» quisiera deshacerse. Así, más que encerrarse en un «enamoramiento nostálgico del pasado», podríamos decir que la democracia constituye una vía posible para tomar distancia sobre el presente, una distancia que nos permita comprender los «signos de lo Nuevo» —Zizek dixit—. La potencia de la idea de una democracia deliberativa radica en que abren un espacio para la auto–reflexión y la crítica sistemática y fundamentada. Ello, creemos, incidiría en el urgente re–planteamiento de la relación entre Estado y Sociedad. Sociedad así, con mayúscula.