Apiensos

Espacio para el debate de ideas y otros contubernios

martes, junio 29, 2004

Sobre la Marcha

Sin precedentes, me parece, la «Marcha del Silencio» realizada el domingo pasado: más de medio millón de personas, en distintas ciudades del país, salieron a manifestarse contra el gravísimo problema de la inseguridad que tiene de rehén a nuestro país [por el momento no quiero decir nada acerca de lo que indica, en términos de cultura política, un contingente de 250 mil en el DF, y 10 mil en Tijuana, comparado con los poco más de seiscientos tapatíos y tapatías que desfilaron por céntricas calles de nuestra bella y húmeda ciudad]. Creo que sólo la selección mexicana pasando a semifinales en un mundial tendría un carácter tan universal y vinculante. En este sentido, se pone de relieve la incuestionable legitimidad de los motivos que dieron origen a una movilización de tal magnitud. Sin embargo, considero necesario hacer un par de matices con respecto a la polarización de opiniones que ello ha ocasionado.


En primer lugar, resulta difícil creer la teoría de la «mano negra». Aclaro que me considero una persona más de izquierdas, y mis simpatías electorales tienden hacia ese lado. Sin embargo, la lectura descalificadora que hace López Obrador con respecto a la marcha refleja la paranoia y la cerrazón propias de una izquierda anquilosada incapaz de modificar sus esquemas y discursos. Quizá sea cierto que el contingente que desfiló el domingo no sea el más plural ni el más diverso o representativo de la población mexicana. Pero ello no le resta legitimidad ni a la movilización en sí, ni a las motivaciones que la sustentan. ¿Acaso porque el contingente estaba compuesto más por profesionistas y gente de clase media y menos por campesinos con machete y obreros con overol, una marcha se torna en un evento «manipulado y amarillista»? No lo creo. Considero casi imposible que la «mara salva yunque» —Monsiváis dixit— tenga un poder de convocatoria así de fuerte. "Sigo pensando que hubo mano negra o mano blanca, no lo sé" —insiste en afirmar AMLO—. En fin, la imagen de un Maquiavelo de ultraderecha aconsejando a la sociedad civil mexicana resulta un tanto ingenua hasta para un neófito como yo, que de política sabe lo mismo que de esloveno.


En segundo lugar está el otro extremo: el de quienes plantean que la Marcha del Silencio representa un avance democrático para nuestro país. Eso es una de las peores sandeces que he escuchado en los últimos días (y vaya que he escuchado muchas). Una movilización social de una magnitud como la que tuvimos oportunidad de presenciar este domingo representa precisamente lo contrario: una situación crítica de la relación entre gobierno y gobernados. Un avance democrático sería la creación de espacios de deliberación en los que las voces demandantes del ciudadano X o promedio fueran escuchadas. Un avance democrático radicaría en que se abrieran los canales de participación ciudadana en ejercicios que trasciendan a la mera coyuntura electoral—electorera. Un avance democrático sería el análisis concienzudo de las reformas integrales necesarias para el país. Un avance democrático estaría reflejado en un sistema parlamentario que de verdad se ponga a trabajar. Un avance democrático implicaría una mejor y más eficiente institucionalidad (menos burocracia y más gobierno). En fin, no seamos ingenuos: que no nos vendan la baratísima idea de que la marcha es un avance democrático porque representa más bien lo contrario. La Marcha constituye un Ya Basta enérgico de parte de un sector de la ciudadanía, y nada más. Que los gobernantes le den gracias a Aristóteles, a Platón, o a dios de que la marcha no tuvo expresiones violentas, que si no.


Finalmente, hay que interrogarse sobre lo que va a suceder el día después de la marcha. Hay que recordar que la gran apuesta de la política es a la memoria cortoplacista de la sociedad. Al fin y al cabo, terminando el sexenio todo se olvida. Desde nuestro querido presidente y hacia abajo en la autocracia gubernamental, todos (salvo AMLO y unos cuantos) han adoptado una actitud muy similar a la de Mafalda cuando hacía sus típicos llamamientos al desarme y a la paz mundial: igualito que la UN y el Papa, ella quedaba bien. Quiero decir con ello que desde la política se ve bien la congratulación con respecto a la participación, como lo hizo Vicente Fox, quien afirmó que "es urgente acabar con la inseguridad y que las leyes castiguen efectivamente a los delincuentes". Ja. ¿De verdad? Parafraseando a uno de mis idolitos (S. Zizek), creo, en última instancia, que la sociedad civil no debe ceder: más bien, debe preservar las huellas de todos los «traumas, sueños y catástrofes históricas» de los cuales el pensamiento dominante del «fin de la historia» quisiera deshacerse. Así, más que encerrarse en un «enamoramiento nostálgico del pasado», podríamos decir que la democracia constituye una vía posible para tomar distancia sobre el presente, una distancia que nos permita comprender los «signos de lo Nuevo» —Zizek dixit—. La potencia de la idea de una democracia deliberativa radica en que abren un espacio para la auto–reflexión y la crítica sistemática y fundamentada. Ello, creemos, incidiría en el urgente re–planteamiento de la relación entre Estado y Sociedad. Sociedad así, con mayúscula.

miércoles, junio 16, 2004

Pretérito imperfecto

En la Guadalajara del 2015, los periódicos, los programas televisivos, las sociedades de vecinos o las webs de los llamados creadores de opinión, seguían hablando de los efectos de la globalización, de los retos de la sociedad de la información, de la primera comunión del último cachorro del expresidente, del difícil encaje de los inmigrantes defeños en la sociedad tapatía, de salvar los pocos miles de litros de la contaminada agua de un lago que, comparado con el de Chapala, relacionado en su momento por Byron y Elliot en sus descripciones, no era más grande que una presa.

Estas y otras cuestiones de índole más doméstico y sentimental (el escaso contenido del refrigerador, la compra siempre olvidada de una bombilla alógena para su estudio o el peaje sexual que tendría que pagar el próximo sábado) ocupaban también el cerebro de Octavio, nuestro héroe o villano. Banales pensamientos que, como ranitas encerradas en un saco de yute, enterraban tristes recuerdos que ya eran olvidos, que paliaban el aburrido día a día y aligeraban el viaje hacia el trabajo. Un saquito de yute, unos pensamientos tontos como ranas sin cerebro: combustible para ir tirando.

No parecía ser este el caso de uno de los chicos que compartía vagón en aquel metro que los internaba en la ciudad. No, el suyo era un motor que reclamaba otro tipo de combustible, que rehusaba los armisticios, que esperaba que la voz en off que anunciaba el nombre de las próximas paradas, proclamase el amor sin freno o la guerra contra la mezquindad. Cualquier cosa para matar el cotidiano tedio. Su mirada se cruza con la de Octavio. No es capaz, ni le importa, conocer las causas que han llevado a aquel hombre a ser lo que parece ser: un cuarentón que, sentado en un vagón del metro y unido a una cartera que a él se le antoja un corazón cuarteado, está gritando, sin saberlo, su tristeza. La desazón que le quema las entrañas, que recorre su cuerpo desde el pulgar del pie izquierdo hasta el cabello más largo de su cabeza, que escribe con sus ojos frases de desesperado amor, de melancolía sin fin. Unos ojos que, conscientes de ser observados se desvían y se miran en el espejo empañado de la ventana del compartimiento. En una esquina del periódico escribe: comprar comestibles y bombilla alógena estudio.

“Próxima parada: Kodak Otero”. Salvado por aquella voz sin matices, se dirige a la salida huyendo de la mirada de aquel chico que, adivina, malvive en el metro: para qué salir al exterior si en la calle nadie rompe los relojes, ni quema los bustos de antiguos, presentes o futuros dirigentes, ni en los parques ni jardines encontrará al hijo que nunca tuvo.

Como es habitual, Octavio encuentra junto a su PC un montoncito de artículos, cada uno con su correspondiente nota pegada en la primera página. Se sienta a la mesa, pone en marcha la computadora: “Hola, Octavio, Entretiempo (periódico independiente y plural) te desea un buen día”. Ojea el primero de los escritos: se trata de la crónica semanal de un periodista que hace uno años, bastantes, destacó por sus conocimientos del palpitar diario de la urbe. En la actualidad y hasta que lo aparte la jubilación, el staff del periódico le ha encargado un escrito para el semanal, una crónica que, bajo la cabecera de “Decíamos ayer...” repase los últimos 25 años de la historia local. Paradójica tarea para quien ya empieza a notar los primeros síntomas del Alzheimer (el olvido de unas llaves, el dejar sin comida durante una semana al gatito, o salir a la calle con un par de calcetines dispares...)

La crónica de esta semana trata sobre cómo vivió Guadalajara la llegada del nuevo milenio. Tras leer el artículo, Octavio constata el progresivo deterioro mental del periodista: su sintaxis es cada vez más confusa; su puntuación convierte lo fácil en indescifrable y, por si fuera poco, no se atiene a la más que comprobable realidad: avenida Chapultepec nunca ha hecho esquina con Marsella, ni la calle Frías ha discurrido paralela a Arista. ¡Qué más da!, al fin y al cabo quién va a leerse aquél artículo perdido en una esquina de una página par.

La notita le dice que, por favor, le encuentre una foto vertical para ilustrar el escrito. La booleana es fácil. Leve manera de empezar el día.

Desecha las primeras tres fotografías que la pantalla le va ofreciendo. Se detiene en la cuarta: nada del otro mundo: la avenida Vallarta al anochecer, lucecitas navideñas, gente atareada, coches, unos neones que cruzan de uno a otro edificio la calle: “Bienvenido, 2000”. La foto cumple con creces el pedido del amnésico periodista. Sin embargo algo hace que Octavio contemple con inusitado detenimiento la imagen. Enrojece y palidece al mismo tiempo, se desplaza hacia sus ojos mientras una ducha de sudor frío le recorre el cuerpo. La pantalla le devuelve el recuerdo de aquel hombre y aquella mujer, que, como huyendo de la instantánea, se abrazan en una esquina de la imagen, en una esquina de la calle. El zoom le aproxima a ellos: puede ver sus caras, la suya un poco tensa, la sonrisa ligeramente forzada: se temía lo que ocurriría a continuación. Un minuto más tarde, le preguntaba a su amiga aquello, un minuto y medio después, ella le respondía lo que sabía que tenía que responder: “no me atrevo, lo siento... No sé cómo explicártelo... Y te aseguro que...”, pasados tres minutos, la pareja habría desaparecido de la imagen, de la esquina, y tomado distintos caminos. Su camino, su elección: la peor posible, la que le había llevado a ser aquello que había visto el chico en el metro: nada y aburrimiento. Triste booleana para lo que le queda de vida.

Un click se desliza hacia “eliminar”. “Imagen protegida por el centro de datos de Entretiempo (periódico independiente y plural) no puede borrarse”. No, como tampoco pueden borrarse los recuerdos, los momentos, las palabras que, de haber sido otras, hubiesen cambiado su vida. Permanece inmóvil durante unos minutos, sin responder a los buenos días, a los ¿te vienes a tomar un cafecito?, de sus compañeros. Sale del programa y entra en la red, en un buscador telefónico, llena los requisitos de la búsqueda: nombre de la entidad o persona, primer y segundo apellido, calle (¿seguirá viviendo allí?, se pregunta), ciudad, estado. Hace un click en “buscar” y espera la respuesta que puede cambiarle el futuro, una respuesta que se hace esperar demasiado. “El resultado de su búsqueda es...” y allí aparece un número de teléfono. El mismo que en estos momentos está marcando desde su celular.

El relato podría acabar aquí, con un final a la carta. Pero no, no permitiré que se me cuele un aguafiestas ni me resistiré a revelarles que Octavio nunca compró la bombilla alógena para aquel estudio donde se amontonaban libros con apuntes, correspondencia con libelos, donde Milú coqueteaba con Madamme Bovary o Mao hacía las pases con Lancelot du Lac: historias de papel.
Lo que sí compró fue un puñado de velitas. Temblorosas luces que iluminarían una historia de carne, sangre, huesos y besos; algún que otro quebranto y un puñadito de lágrimas.

Georgina Torres Guevara.

sábado, junio 12, 2004

¡Puedo volar!

Siempre envidié a las aves porque podían volar, hoy he descubierto su secreto. ¡Sí! Puedo volar, es muy fácil: extiendes los brazos, aligeras el cuerpo, te desprendes de la gravedad y eso es todo. La sensación es hermosa, aunque al principio desconcertante; el que tengas los pies en el suelo crea una idea de vacío, de que puedes caer en cualquier momento; pero ¿quién no se ha caído cuando empieza a caminar? Es la misma situación: hay que aprender a volar.

Entonces lo primero es vencer el miedo y lanzarse, dejar el piso y empezar a flotar, fácil ¿no?, simplemente pruébalo.
Una vez que haz logrado este primer paso, ahora habrá que encontrar la corriente de aire necesaria para deslizarse –una especie de autopista-, al encontrarla simplemente inclinas el cuerpo y dejas que la corriente te lleve.

Para que te animes, te hablaré de cómo fue mi primera vez volando. Por supuesto que pasé por los mayores temores, me preguntaba: ¿y si no puedo?, ¿si sólo es un mito?, ¿si soy muy pesada para esto?, en fin todas aquellas preguntas inimaginables venían a mi mente; pero las hice a un lado y probé, al fin de cuentas, qué era lo peor que podría pasar? Que me diera algunos porrazos, bien valdría la pena, si lograba mi propósito.

Y no sólo fue un porrazo, sino muchos hasta que pude despegar del piso. Una vez que se logra esto, o sea, desprenderse de la gravedad, el resto es muy fácil el instinto te lleva de la mano ¡y vuelas!
Así me inicié en esta aventura, ya no tendría que sufrir con el transporte público, ahorraría mucho tiempo en los traslados pero sobre todo podría ver todos aquellos paisajes hermosos que sólo había visto en los libros o en la televisión.

Así que mi primer viaje largo volando fue a París. Hermosa Ciudad Luz, como la llaman, nombre bien ganado porque es lo que a primera vista se percibe, la luz que irradia la ciudad.

Por supuesto el punto de encuentro fue la Torre Eiffel, así que allí descendí. Desde ese punto se podía apreciar gran parte de la ciudad y su actividad nocturna. Pero me interesaba conocer los famosos Campos Elíseos, el Arco del Triunfo, sus fuentes, parques, y ansiaba que amaneciera para poder ir a Louvre.

Y llegó el tiempo de regresar, pero antes quise despedirme de la ciudad más hermosa que haya conocido, recorriéndola desde el aire desde sus cuatro puntos cardinales. No puedo negar que abandonar aquel lugar era difícil, había deseado tanto conocerlo, que la tentación de quedarme fue muy fuerte. Pero tenía que regresar. Mi vida cotidiana me esperaba: casa, trabajo, familia… Así que con una última mirada me despedí de París.

El regreso fue más rápido, ya tenía experiencia, así que en pocas horas estaba de nuevo en casa.

Creo que la descripción de este viaje ayuda a entender las ventajas de poder volar, el libre movimiento que puede llevarnos a cualquier, acortando las distancias y disfrutando de los paisajes.
¿Por qué no pruebas? Y experimentas todas las sensaciones que he descrito… Ah pero sólo una cosa me ha faltado por decir, el gran secreto, la magia que permite volar es tu imaginación…


Por Heda



Con respecto a lo que sigue, Heda aclara: "Estos pensamientos no son míos, los encontré navegando por la red y me gustaron muchísimo, así que me gustaría compartirlos. Sólo corregí algunos detalles pero su esencia se conserva". Si alguien conoce al autor o autora, favor de hacernoslo saber...


¿Qué debo hacer?
Qué debo hacer para que te fijes en mi,
Para ganarme tu amor y calmar este dolor,
No te has dado cuenta, pero ya no lo puedo ocultar
Que desearte me hace mal, necesito tu calor
Y yo… daría todo por ti… por ti podría morir.

Dime que otra cosa puedo hacer
Para derrumbar esa pared,
Que no te deja verme como soy
Y me prohíbe el paso a tu amor.

Dime como lograr un día enamorarte
Dame alguna pista o dirección
Para conseguir tu corazón.

No puedo más…
¿Tal vez será que me queda grande tu amor?
¿Que el destino me engañó?
Incierto es todo lo que puede pasar…
Por eso voy a esperar…
Te amaré sin condición
Y yo… daría todo por ti… por ti podría morir…

jueves, junio 10, 2004

Mar

Si ya lo sé, tú estás allá
Del otro lado, mirando, contemplando
Atrapando el día con tus redes de mano
Con tu cola de pez, de ballena
Descifrándote, construyendo la tarea
Armando tu rompecabezas
Y a veces entretejiendo palabras

Te dices las cosas que para ti mismo son importantes
El tiempo pasa,
Tan poco el tiempo

Eres un punto y aparte. El final del comienzo
Eres como un paréntesis de vida, una í envuelta en llamas, un colibrí detenido en el paisaje
Eres tu mismo en tu mar, un extranjero con nombre de pez, con nombre de agua

No entiendes las cosas que suceden aquí y ahora
No tienes que hacerlo

Vas y vienes en tu gran ola,
En tu vuelo de paracaídas
Acechas igual al poema que a la mantarraya

Dicen que el mar es esto, lo otro y también aquello
Lo sé
Por eso quemo las naves y me retiro,
No más poemas,
No más mar.

ANGÉLICA MARTÍNEZ,
MAYO DEL 2004.

jueves, junio 03, 2004

Piensos

Bueno… Primero que nada, deseo aclarar que escribo esto, no como un grito de ayuda, ni mucho menos como un deseo de lástima… Sino porque es de noche… Y Como diría mi estimada amiga Karina… “Es malo pensar de noche…”

La mayor parte de mi vida… La he visto pasar de largo… Pasar los años, los meses, los días y las horas… Muchas veces, sin siquiera darme cuenta de lo que hago, hasta que lo he hecho… De lo que digo, de lo que siento, de las cosas que pierdo, de las que perderé… Muchos acontecimientos de mi vida los he visto, como un autómata… Sentado, frente a un viejo televisor, mirando un programa malo, en el cual, soy el personaje principal… Irónico, ¿no? Pues el único espectador es el personaje principal… Tanto personas como acontecimientos… Muchos han dejado marcas indelebles, otros ni siquiera los recuerdo… Muchas personas, han entrado en mi vida, y han salido tal cual han entrado… Otros, muy pocos por cierto, han entrado para quedarse… Aún a pesar de que yo no sepa sobrellevar muchos aspectos de la amistad… Aún a sabiendas de lo que soy y como soy… Sin embargo, debe haber algo en mí, porque esas contadas personas, que aún están aquí… Son súper especiales… Me gusta pensar que todo pasa por algo, que todo esta ya escrito… Que nada es dejado al azar, que todo tiene una razón intrínseca de ser, que no todo es caos, sino que todo se conecta por alguna razón, ya que así no me siento tan vació… Incluso, hay veces, que me descubro, rogando a Dios, por cosas que sé que nunca tendré… Por nimiedades tan estupidas, que incluso inconscientemente, sé que eso esta destinado al fracaso… Sé de antemano, que no todo lo que pido debe ser concedido… Muchas veces me he descubierto con miedo, hacia cosas que creí dominar, hacia cosas que creía controlar… Me he sentido desamparado, enojado, frustrado… Por muchas cosas que no puedo cambiar… Preguntándome sobre la verdadera intención del todo, como conjunto, sobre su verdadera importancia, sobre su aplicación real… Sobre el cómo y por qué de muchas cosas que pasan, que hago, que digo… Pienso mucho, sobre lo vacío que todo puede volverse, sin esos pequeños hilos de cordura, de los cuales tan frágilmente pende el mundo… Me aterroriza pensar en lo que podría pasar… El simple hecho de pensar en: ¿Que tal si…? Me encrespa, me eriza el cabello… El pensar en lo que realmente es importante… Y en cómo, netamente carezco de ello… En cómo puedo cambiar tan fácilmente, de adorable a inaguantable… En cómo he dejado todo correr, fingiendo que no me importa, fingiendo que soy mas fuerte de lo que incluso yo creo… Creando una nítida ilusión de seguridad, creando barreras, que incluso a me encierran… Me he visto, Buscando respuestas, a preguntas mal formuladas, corriendo sin saber hacia dónde voy y por qué… No entiendo muchas cosas… Y las pocas que entiendo, las complico demasiado… Pienso que quizás ni siquiera soy yo mismo, sino que soy recortes de varias personas, unidos por maltrechas costuras, con pensamientos y sentimientos que no conducen a ningún lado… Borracho de angustia, poseído por la ira, hago cosas que no debería, actuó sin pensar, me controlan las pasiones, lo cual no es muy bueno, ya que, se nubla la visión, la percepción de la realidad se aminora y se magnifica el dolor… Nunca he dado lo mejor de mí, nunca me he esforzado lo suficiente, nunca he intentado dar ese extra que se necesita, pues, siempre estoy en espera de algo… Algo que quizás ya haya pasado… Lo cual es risible… Pues, ¿cómo se espera algo que ya paso?... Son tantas cosas…


Gkrtr




miércoles, junio 02, 2004

¿Por qué amo a quién no debo?

Una adolescente típica a punto de cumplir quince años, cursando la secundaria, aprendió de la forma más cruel lo que era el amor. Palabra con distintos significados, que empezaba a tener sentido para ella, por las sensaciones que estaba experimentando.

Un día descubrió que su profesor de química tenía una linda sonrisa y unos ojos muy picaros; por lo que pensó que era muy guapo y agradable. Le gustaba estar cerca de él, escucharlo verlo simplemente. El profesor no se dio cuenta de tal impacto, o si lo hizo su actitud no fue muy honesta que digamos.

Era alto, fornido, moreno de cabello lacio indomable y con un gran bigote. Siempre vestía de manera formal y exponía sus clases con gran profesionalismo, tenía carisma, era un excelente profesor. Pero al mismo tiempo gustaba de bromear con sus alumnas, dado que era un colegio para señoritas y siendo él uno de los pocos varones que entraba a la escuela, obviamente siempre estaba rodeado de mujeres.
Le gustaba bromear con todas ellas, guiñar un ojo, tocar las manos o el brazo cuando hablaba con alguien, haciendo parecer su conducta como normal y muy propia de él.

Entonces fue que la adolescente ingresó a aquel grupo que rodeaba al profesor durante los recesos o el descanso. Participaba del juego e intercambiaba bromas… y entonces fue que se enamoró; no podía asegurar el momento exacto, sólo de repente quedó atrapada por aquella mirada, por aquella sonrisa, donde el resto del mundo desapareció.

Se veía en sus ojos, necesitaba de su presencia para seguir viviendo, escuchar su voz y esperar una palabra, algo de él.
La esperanza persistió pero el deseo nunca se cumplió. El profesor sólo jugaba, bromeaba con todas y con ninguna, desde su perspectiva; él simplemente era amable, galante y coqueto.

Esa conducta formaba parte de su personalidad y no tuvo conciencia de las sensaciones que despertó en aquella adolescente que lo miraba con adoración, pendiente de sus palabras, cuya interpretación la transportaban a un mundo fantástico que ella construía cada día. En ese mundo el profesor le hablaba de amor, diciendo aquellas frases que ella espera escuchar; la besaba como ella deseaba que lo hiciera y la abraza con la intensidad que ella añoraba.

Entre la actitud del profesor, alimentando aquella fantasía con frases y bromas, y la alumna enamorada, se creó un noviazgo ficticio. Ella estaba segura que el profesor en cualquier momento se le declararía, le pediría matrimonio y se iría con él. No especulaba acerca de otro tipo de relación, simplemente esperaba lo mismo que todas las adolescentes: el príncipe azul montado en un caballo blanco, como única meta de felicidad.

Pero el encanto se terminó bruscamente. Resulta que todas aquellas frases que el profesor le decía, no eran para ella ni se referían a ella; sino a alguien más… Estaba tan ciega que cuando alguien tuvo el valor de decírselo, no lo creyó, no era posible; él era el amor de su vida, se lo había dado a entender siempre… Si se lo había dado a entender, pero nunca se lo dijo directamente. Ella creía… ella pensaba… pero para él sólo era una alumna más que conformaba parte del grupo con el que flirteaba. Cuándo aceptó ella la verdadera situación… cuando lo vio al pie del altar esperando a su futura esposa.

Que sucedió con la adolescente y su profesor? No existía la más mínima posibilidad de existir una relación, sería amoral y no bien vista. Pero quién inventó esa regla? Quién estableció qué condiciones y qué roles deben jugar las personas que pueden enamorarse, y cuáles no pueden? Acaso quién juzga sabe exactamente la magnitud del daño sufrido por la adolescente? O en el caso de profesor, acaso tuvo conciencia de cómo le echaba a perder su vida a una chica, sólo para alimentar su ego?

Podríamos concluir diciendo que la vida es injusta, que a unos les toca perder y a otros ganar, pero repito en algún lado están escritas estas reglas? O sólo nos encontramos ante una costumbre, creencia o tradición que se ha naturalizado de tal forma, que se reacciona ante tal prescripción como algo que no puede modificarse.

Desechemos esta conclusión y vayamos a otra distinta. El día que hombres y mujeres hablemos de lo que percibimos y sentimos, con honestidad, estas situaciones cambiaran. El día que nos atrevamos a ir contra las reglas, el tabú, el pecado, el miedo a la marginación social; ese día las relaciones entre los sexos tendrán posibilidades de transformarse. Mientras tanto seguiremos reproduciendo los esquemas echándonos a perder la vida unos a otros.

Si vislumbráramos la vida de otra forma, más abierta, menos racional y más emotiva entonces no tendríamos el conflicto entre lo que debe ser y lo que es, entre lo moral y lo amoral, entre lo que pensamos y lo que sentimos…

Heda

Clifford Geertz: antropología interpretativa y cultura

Para autores como Richard A. Schweder o Mario Bunge, en la actualidad el quehacer antropológico está atravesado por una especie de «rebelión romántica» contra el Iluminismo. En este contexto pueden distinguirse dos grandes vertientes que están en constante tensión, las cuales son de importancia crucial. Esto es así porque en mayor o menor medida, ambas tendencias han estado presentes a lo largo de la historia de las «ciencias del espíritu». Por una parte, desde la perspectiva iluminista se sostiene que la mente del ser humano [y por ende sus acciones] son «intencionalmente racionales». De este modo, en la razón se encuentra un estándar universalmente aplicable para juzgar tanto la validez de tales acciones, como la objetividad del conocimiento generado por esta razón. Por otra parte, desde la postura (neo)romántica se argumenta que la acción humana es expresiva, simbólica o semiótica: se subsume la estructura profunda al contenido de la superficie. Hay en tal postura un fuerte supuesto anti–normativo y anti–evolutivo [puede decirse que es cuasi–relativista].
En esta última vertiente es donde puede situarse el pensamiento de Geertz. De hecho, hace dos décadas que el mencionado autor percibía que «algo» estaba sucediendo con "el modo en que pensamos sobre el modo en qué pensamos". Desde su perspectiva, lo que se prefiguraba, en términos generales, era una transformación del pensamiento acerca de lo social. En este sentido, se vislumbraban, cuando menos, dos tendencias que daban rumbo a esta reconfiguración del mapa trazado por las ciencias sociales. La primera de estas tendencias planteaba la existencia de una convergencia de las distintas parcelas del conocimiento, lo cual tendía a difuminar las fronteras entre las distintas disciplinas de tales ciencias [interdisciplinariedad]. La segunda tendencia indicaba que buena parte de los científicos sociales se apartaban de un ideal de explicación con base en leyes universalistas y se acercaban a un ideal de casos e interpretaciones, "…buscando menos la clase de cosas que vincula planetas y péndulos y más la clase de cosas que conecta crisantemos y espadas" [hermeneia]
Para Geertz, en última instancia, la reconfiguración de la teoría social representa un «cambio monumental» en nuestra noción de lo que deseamos saber [y no tanto acerca del conocimiento que se genera]. Afirmar que los sucesos sociales poseen causas que los generan, y que las instituciones presentan efectos identificables claramente implica, más que «postular fuerzas y medirlas», «tomar notas e inspeccionarlas». Parafraseando a Geertz puede decirse que el nacimiento omniforme de esta reconfiguración del pensamiento social tiende hacia un cariz interpretativo. Este enfoque centra su atención en los significados de las instituciones, el sentido de las acciones, de las costumbres y de las tradiciones, entre otros factores. Aunque cabe señalar que para bien de las ciencias de la sociedad, existen otras estrategias de acercamiento al conocimiento de lo social, las cuales son cualitativamente distintas, pero igualmente válidas (i. e. estructuralismo, neopositivismo, neomarxismo, entre otros).
Ahora bien, Geertz equipara el surgimiento de la noción tradicional de «cultura» dentro de aquello que Susane Langer denomina como grande idée: ideas que «estallan en el paisaje intelectual» con un empuje tremendo. En su momento, estas ideas ayudan a resolver tantos problemas fundamentales que parecen ser la panacea que clarificará todas las cuestiones oscuras que se le plantean a la ciencia. Pero una vez que nos hemos familiarizado con la nueva idea, los usos reales de ésta se tornan más limitados. Al cabo de un tiempo, algunos pensadores comienzan a considerar los problemas que dicha idea ha generado, y tratan de probar su validez en distintos ámbitos del conocimiento. Si era valedera, se convierte en parte de nuestro «arsenal intelectual». Si esto es así —como parece afirmarlo Geertz—, en la actualidad la cultura se encuentra atravesada por este proceso de crítica o «re–dimensionamiento».
En este contexto, el objetivo de Geertz consiste en «reducir» el concepto de cultura [esta grande idée] a sus verdaderas dimensiones. Esto con el objeto de asegurar su permanencia e importancia dentro del campo de la antropología [y no tanto para debilitarla]. Para ello, el mencionado autor se deslinda de la idea [fecunda en su momento] que E. B. Tylor tenía acerca de la cultura ("aquel todo sumamente complejo"). En tal sentido [¿weberiano?], el punto de partida de Geertz indica que la cultura es un concepto semiótico: la urdimbre o trama de significaciones que el ser humano ha creado para y en su interacción. Así, el análisis de la cultura implicaría, más que la búsqueda experimental de leyes, un escudriñamiento de las significaciones de la acción colectiva. "Lo que busco —indica Geertz— es la explicación, interpretando expresiones sociales que son enigmáticas en su superficie".
Desde este punto de vista, Geertz argumenta que el quehacer antropológico actual requiere de la elaboración de descripciones densas [leer la cultura como si fuese un texto]. De este modo, desde el análisis de la cultura se pretende «desentrañar» las estructuras de significación, así como determinar su campo social y el alcance de tales estructuras. Para ello, resulta crucial la elaboración de etnografías. En última instancia, Geertz argumenta que hacer etnografía es como tratar de leer un manuscrito extranjero, borroso, plagado de elipsis, de sospechosas enmiendas, escrito no en las grafías convencionales, sino en "…ejemplos volátiles de conducta modelada". De este modo, puede decirse que la descripción etnográfica presenta tres rasgos característicos: 1. Es interpretativa; 2. Lo que interpreta es el flujo del discurso social y; 3. La interpretación consiste en rescatar "lo dicho" en ese discurso y fijarlo en términos susceptibles de consulta. [Hay aquí un «aire de familia» con los argumentos expuestos por Gadamer a lo largo de su texto titulado Verdad y Método].
Ahora bien, es en este «fluir» de la conducta o del discurso social donde las formas culturales encuentran articulación. La cultura es, para Geertz, una serie de estructuras de significación socialmente establecidas, a través de las cuales el ser humano otorga sentido a sus acciones. De igual manera, la cultura es entendida —según el mencionado autor— como sistemas en interacción de signos interpretables. No es una entidad, algo a lo que puedan atribuirse de manera causal los acontecimientos sociales. Por el contrario, la cultura es un contexto dentro del cual pueden describirse los acontecimientos sociales, los modos de conducta, las instituciones y los procesos sociales. Lo anterior, entre otras cosas, significa que es difícil hacer generalizaciones sobre el ser humano en tanto tal, salvo que éste es un animal en extremo variado. O por lo menos, que el estudio de la cultura en nada contribuye a revelar tales generalizaciones. "Lo que quiero decir —señala Geertz— es que ellas [las generalizaciones] no habrán de descubrirse mediante la búsqueda baconiana de universales culturales".
Desde mi punto de vista, los planteamientos de Geertz se inscriben en el intento de legitimar una perspectiva interpretativa del mundo de lo social. Pero en esta misma medida obligan a interrogarse acerca de cuestiones como la validez y la objetividad del conocimiento, derivados de un paradigma comprensivo/interpretativo que tiende al localismo y al relativismo. En última instancia, si se acepta que la interacción humana —y por ende la cultura— es un constante comprender e interpretar [lo que algunos llaman círculo hermenéutico]: cabe interrogarse sobre si interpretar y comprender el sentido de las acciones humanas [desde el mismo ser y estar humanos] es una vía válida y objetiva para el conocimiento de lo social/cultural, como parece aseverarlo Geertz. Podríamos preguntarnos, junto con James Clifford, acerca de ¿cómo es que la experiencia, no sujeta a reglas, se transforma en informe escrito autorizado? ¿cómo es que un encuentro transcultural puede ser circunscrito como una versión adecuada de "otro mundo" más o menos discreto, compuesto por un autor individual?
Con respecto a lo anterior, Mario Bunge ha criticado fuertemente los planteamientos sugeridos por autores como Geertz: los ha llamado «neorománticos, enemigos de la Ilustración». La antropología hermenéutica o interpretativa de Geertz —señala Bunge—, rehuye al método científico: le concede una importancia desmesurada al papel de los símbolos, evita el planteamiento de hipótesis profundas y se concentra en las minucias de la cotidianidad. Por ser de corte individualista y radical, así como por concentrarse en prácticas de la vida cotidiana como la conversación, el ritual y el entretenimiento, la antropología interpretativa admite abiertamente su indiferencia por los problemas de la estructura social. De hecho —insiste Bunge—, tal antropología se deslinda completamente de todo problema social: en la medida en que se concentra en lo individual, ignora todas las actividades y sistemas sociales importantes. ¿Por qué deberían considerarse científicos las gentes que únicamente registran hechos triviales, no tienen ninguna teoría de la que hablar y no creen en la verdad objetiva? ¿Por qué debería contar en la lista de los científicos cualquier otra cosa que no sea el número total de descubrimientos? —se interroga Bunge—.
Lo anterior es cierto en la medida en que existe un ámbito de la vida social que es objetual, racionalizable y susceptible de ser medido. Pero también es cierto que buena parte de la vida social transcurre «fuera» de ese ámbito y no es posible cuantificarla. No me refiero a aquella porción de la vida que es exclusiva del pensamiento [subjetivo] de los agentes actuantes, la cual constituye el campo de la psicología. Aludo a la vida social que el Uno «externa» frente al Otro a través del lenguaje, en la formación del fluir del discurso social. Ante esto, habría que preguntarle a Bunge cuestiones del tipo: ¿cómo analizar —con el método científico de las ciencias de la naturaleza, al que Bunge apela— un «objeto» que es escurridizo y cambiante? ¿Cómo acercarse al estudio, por ejemplo, de la ideología [cualquier cosa que esto sea] sino a través de este «fluir» de las formaciones simbólicas que la constituyen? Por supuesto que puedo medir cuántos Unos y cuántos Otros son los que se hablan; puedo contar cuáles son los mensajes que se emiten y cuál es la calidad de los mismos; puedo hacer incluso una serie de categorías y cortes con respecto a estas variables y derivar posiciones de dominación y subordinación. Pero, aún cuando más o menos estoy «sujetándome» a lo que podría llamarse método científico, hasta aquí sólo estoy describiendo una situación: estoy señalando algunas variables que inciden en el ámbito de la ideología. "Faltaría plantear hipótesis explicativas" diría Bunge. En este sentido, si entendemos hipótesis como «el establecimiento de relaciones entre las distintas variables que intervienen en un fenómeno dado»: al plantear tales hipótesis ¿ no estaríamos apelando a una forma de comprensión/interpretación cargada con la subjetividad del propio investigador?
En fin, con ello no me adscribo a una perspectiva geertziana radical, la cual señalaría que «la vida es un texto» y que, en última instancia toda interpretación es válida como conocimiento científico. Pero tampoco pretendo señalar, desde una distinción un tanto kantiana, que el método científico de las ciencias naturales es el más adecuado para estudiar la vida social o la cultura. En mi opinión es innegable que la(s) cultura(s) contemporánea(s) tiene(n) una trama compleja y plural. Tanto las múltiples aristas de problematización como los diversos lenguajes y proyectos en el estudio de lo social/cultural, permiten hablar de una reestructuración un tanto «posmoderna» de aquella visión determinista, lineal y homogénea característica del Iluminismo. Hoy podemos decir que existe una conciencia creciente en torno de perspectivas que consideran las diferencias y las diversidades, así como el surgimiento de formas subalternas de inscribir la realidad (i. e. género, ecología, juventud, música, futbol, telenovelas, carnaval, entre otros). En este sentido, se requiere entender la extrema dinamicidad de nuestra época como una serie de tensiones y transformaciones entre paradigmas científicos y culturales. Al mismo tiempo, es necesario cuestionar la idea de una metanarrativa única, sin negar con ello la existencia y legitimidad de diversos procesos globales y de regularidades —que no de leyes sociales unívocas—. Si con esto, más que hacer ciencia lo que hago es arte, entonces, para ser coherente conmigo mismo me gustaría terminar con el fragmento de una poesía de Luis Chaves, la cual, me parece, decanta en sus imágenes lo que quise decir a lo largo de este texto. Sustituyamos la palabra poesía por ciencia e imaginemos a un joven científico social dando sus primeros pasos:

Entre más sillas vacías que botellas.
Los poetas se acercan al micrófono con la derecha atrás.
La izquierda intenta calmar al papel enloquecido de pánico.
Nunca falta el señor erudito:
—éste no tiene unidad temática. Aquél formal
¿acaso ellos mismos no dicen: la vida es poesía?
¿será que la vida no llega en buen orden
sino a patadas y con espuma en la boca?
Para ellos es un asunto de métrica y reglas.
Como si la tristeza rimara.
O la soledad visitara en días pares.
No será que la poesía es esas sillas desiertas.
El tipo que bosteza en la mesa del fondo
El autobús que hay que alcanzar lanzándosele en frente
¿será llegar a una avenida después del carnaval?


Ræncoria

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